martes, 22 de abril de 2014

PRÁCTICA DEL 22.3.2014

Escribe las preguntas de comprensión lectora que serían adecuadas para evaluar y guiar a los estudiantes con este texto:
-          
-         ¿Qué preguntas previas serían necesarias?
-         ¿Qué preguntas de comprensión realizarías?

Previamente, es preciso hacer un análisis del texto para determinar cuáles son las cuestiones esenciales y relevantes que hay que preguntar.

EL ECLIPSE

Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de Fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
                                                        Augusto Monterroso



 
ESOS KILOS DE MÁS

            Estar gordo puede traer todo tipo de problemas, desde mala salud a no encontrar con quién salir los fines de semana. Pero pueden hacerle a uno millonario, lo que no es mala compensación. Es lo que  intentan dos jovencitas del Bronx, que han demandado a la cadena  McDonald´s por los kilos que les sobran. Que son bastantes. Jazlyn,  19 años, 1,65 de altura y 130 kilos de peso. Ashley, 14 años, 1,45 metros, 83 kilos. Alegan que es su apetito desmedido por las dobles hamburguesas, tan alabadas en la publicidad de la famosa cadena de comida rápida, lo que las ha puesto como ballenas. Y piden compensación por ello. Un juez ha aceptado la demanda, para estudiarla y ver si procede. De momento, las chicas están en las portadas de los periódicos que es más de lo que hubieran soñado en su vida. Y con un poco de suerte, se convertirán en millonarias, con  lo que podrán comer todas las hamburguesas que les dé la gana hasta   reventar. Estamos ante la versión alimentaria de la demanda contra  las tabaqueras. Hay gente que se ha hecho riquísima con las indemnizaciones sacadas a éstas, aunque la mayoría lo hayan tenido que pagar con un cáncer de pulmón. Quienes realmente se han hecho ricos son los abogados, que se llevaron una buena tajada, sin tener que pagar más que los impuestos correspondientes. Son presuntamente quienes están detrás de la demanda de las dos chicas del Bronx, ya que ellas, por el aspecto y declaraciones, no parecen tener otra habilidad que embaular bocadillos. No les extrañe que como tengan  éxito en su demanda habrá otras, y no sólo a los restaurantes, sino a bares, pastelerías y tiendas de licores, sin olvidar a los productores de éstos. Así que ya lo saben los muchos y buenos amigos que tengo entre los restauradores madrileños: por si las moscas,  conviene que vayan poniendo en sus cartas, e incluso a la puerta de sus establecimientos, el aviso «El exceso de comida puede ser  perjudicial para su salud».
               Me dirán que todo el mundo lo sabe. Pero también se sabía lo del tabaco y ya han visto lo que ha pasado. A todos nos habían dicho de niños que el tabaco era malo e incluso recibimos alguna bofetada de nuestros padres por encontrarnos fumando, pero seguimos haciéndolo.  Para darnos hoy la posibilidad de demandar caso de que las malas  predicciones se hayan cumplido. Con la comida, tres cuartos de lo mismo: todo el mundo sabe que comer demasiado es malo. Pero ahí  tienen ustedes a esa pareja del Bronx diciendo que puede ser malo  para la línea, pero bueno para la cartera. Lo que hay al fondo de  todo ello es una de los rasgos más característicos de nuestra época: el rechazo de cualquier responsabilidad personal, la tendencia a echar la culpa de todos nuestros males a los demás. Yo, la próxima vez que me pongan una multa por exceso de velocidad, se lo envío al fabricante de mi coche, por haberlo hecho tan rápido. Y encima, le pido indemnizaciones.     

      José María CARRASCAL La Razón digit@l - Opinión – Lunes, 25 de noviembre de 2002
           
- ¿Qué ventajas puede tener estar gordo?
- ¿Qué problemas ocasiona el estar gordo?
- Explica con tus propias palabras qué pretenden las dos jovencitas del Bronx que han presentado una demanda.
- ¿Por qué han denunciado a McDonald´s estas dos jóvenes?
- ¿Ha condenado el juez a la multinacional de la hamburguesa? Razona tu respuesta.
- ¿Qué es lo que sí han conseguido estas dos jóvenes con su demanda?
- ¿Qué pretende decir el autor con el comentario de “se convertirán en millonarias, con lo que podrán comer todas las hamburguesas que les dé la gana”?
- ¿Quién es el que se va a beneficiar de todo el proceso judicial?
- ¿Por qué tendrían que poner el aviso “El exceso de comida perjudica seriamente la salud”?
¿Qué opina el autor sobre todo este proceso?

El tipo que desayunaba a mi lado, en el bar, olvidó un teléfono móvil debajo de la barra. Corrí tras él, pero cuando alcancé la calle, había desaparecido. Di un par de vueltas con el aparato en la mano por los alrededores y finalmente lo guardé en el bolsillo y me metí en el autobús. A la altura de la calle Cartagena comenzó a sonar. Por mi gusto no habría descolgado, pero la gente me miraba, así que lo saqué con naturalidad y atendí la llamada. Una voz de mujer, al otro lado, preguntó: “¿Dónde estás?” “En el autobús”, dije. “¿En el autobús?” “¿Y qué haces en el autobús”? “Voy a la oficina” La mujer se echó a llorar, como si le hubiera dicho algo horrible, y colgó.
            Guardé el aparato en el bolsillo de la chaqueta y perdí la mirada en el vacío. A la altura de María de Molina con Velázquez volvió a sonar. Era de nuevo la mujer. Aún lloraba. “¿Seguirás en el autobús? ¿no?”, dijo con voz incrédula. “Sí”, respondí. Imaginé que hablaba desde una cama con las sábanas negras, de seda, y que ella vestía un camisón blanco, con encajes. Al enjugarse las lágrimas se le deslizó el tirante del hombro derecho, y yo me excité mucho sin que nadie se diera cuenta. Una mujer tosió a mi lado. “¿Con quién estás?”, preguntó angustiada. “Con nadie”, dije. “¿Y esa tos?” “Es de una pasajera del autobús” Tras unos segundos, añadió con voz firme: “Me voy a suicidar; si no me das ninguna esperanza, me mato ahora mismo” Miré a mi alrededor. Todo el mundo estaba pendiente de mí, así que no sabía qué hacer. “Te quiero”, dije y colgué.
            Dos calles más allá sonó otra vez: “¿Eres tú el imbécil que anda jugando con mi móvil?”, preguntó una voz masculina. “Sí”, dije tragando saliva. “¿Me lo vas a devolver?” “No”, respondí. Al poco tiempo lo dejaron sin línea, pero yo lo llevo siempre en el bolsillo por si ella volviera a telefonear.

                        Juan José Millás. Cuentos. Plaza & Janés bolsillo. 2002

-         ¿Quién cuenta la historia?
-         ¿Qué intención tenía al principio la persona que se quedó con el teléfono móvil?
-         ¿Por qué esta persona respondió a la primera llamada?
-         ¿Por qué reaccionó la mujer con pena y desesperación?
-         ¿Qué sentimiento tuvo el hombre que cogió el móvil tras la primera conversación?
-         ¿Cómo reaccionó el marido que había perdido el móvil?
-         ¿Por qué quien encontró el teléfono móvil lo guardó?
-         ¿Qué crees que había pasado antes del comienzo de la historia?
-         ¿Le creía la mujer cuando decía que estaba en el autobús?
-         ¿Sabía la mujer con quién estaba hablando por el móvil? ¿Cuándo se enteró?
-         ¿Qué crees que pasó después de que terminara la historia?




Tres ciegos y un elefante
Leyenda Hindú

(Se lo escuché a una compañera de universidad. Recogida en la India Jalal Al-din Rumi. Existen
diferentes versiones en la red.)

Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con sólo tocarlas.
Usaban sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.
Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios que eran ciegos.
Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.
Los tres sabios que eran ciegos quisieron también ellos conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.
El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:
- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.
Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trataron de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:
- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.
Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola, se colgó de ella y comenzó a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba a la bestia, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:
- Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para hamacarse.
Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos lo que habían descubierto sobre el elefante, no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo, pero lo que decían parecía imposible de concordar. Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.
Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.
Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón.
Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado. Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.


Escribe el final de este cuento, de acuerdo con la coherencia del texto.

EL LORO DE MI VECINA
Había invitado a un amigo a pasar el fin de semana en su chalé, y éste se había resistido porque poseía un perro de enorme tamaño que no se atrevía a dejar al cuidado de nadie. Insistió el propietario de la casa en su invitación, argumentando que así el perro podría corretear a gusto por los jardines del chalé, y el amigo aceptó por fin el ofrecimiento.
El sábado por la tarde se encontraban los dos amigos charlando tranquilamente en el porche cuando, de repente, apareció el perro con un pájaro entre sus colmillos. El dueño de la casa de campo palideció: se trataba del loro de la vecina. El amigo arrancó al pájaro de las fauces del perro y le pidió toda clase de disculpas a su anfitrión. Allí permanecieron estupefactos los dos, mirando el cuerpo inerte del loro, sucio y lleno de tierra.
El dueño del chalé, tras cavilar un buen rato sobre tan engorrosa situación, le explicó al amigo que su vecina, la dueña del loro, se había marchado de viaje, y que con toda probabilidad no iba a volver hasta el día siguiente.
Lo mejor que podían hacer, le propuso, era limpiar el cuerpo del loro de los restos de tierra, saltar la valla de la casa de la vecina y volver a introducirlo en su jaula. En realidad, el ave no mostraba marcas de dentelladas, y debía de haber muerto asfixiado entre las fauces del perro. La mujer al regresar pensaría que se trataba de una muerte natural.
Así lo hicieron. Limpiaron cuidadosamente el plumaje, lo secaron y aguardaron a que se hiciera de noche para evitar que alguien pudiera verlos. No les resultó difícil saltar la tapia con ayuda de una escalera de mano y una vez dentro, los dos amigos se acercaron hasta el porche de la casa vecina, abrieron la jaula vacía, y metieron dentro el cuerpo inerte del loro. Volvieron sin tropezarse con nadie y por fin de regreso en su casa, el anfitrión dejó escapar un suspiro de alivio.
A la mañana siguiente, domingo, fueron despertados por los ladridos del perro y los gritos histéricos de la vecina. Se vistieron apresuradamente y corrieron a visitarla. Ella les abrió la puerta con una expresión descompuesta en el rostro y chillando de manera obsesiva:
—¡El loro, el loro! —exclamaba mientras señalaba nerviosamente la jaula.
—Bueno —comentó el amigo del dueño del perro—, los animales también se mueren. Nada es eterno.




—Ya sé que se mueren —repuso la mujer—. Precisamente, antes de marcharme de viaje, se murió el loro, y yo misma lo enterré en el jardín. ¿Cómo es posible que haya aparecido ahora dentro de la jaula?

Luis del Val

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